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Hace poco un ladrillo calló en mi techo para provocar la debacle que puso en peligro la Farra. Quizás no tan malintencionado como lo pensé en ese momento, pero el peso y la dureza de ese barro seco destruyeron en segundos la integridad de un salario cubano (-porque fueron dos las tejas afectadas), de un ágape de amigos.
La Farra, -al menos nuestra Farra- es una juerga artemiseña donde se reúnen amigos, compañeros, colegas, conocidos, tomadores, fumadores, jodedores, mujeriegos, informáticos, músicos, ingenieros y este periodista. Es una fiesta organizada por cuatro amigos Alberto de la Nuez, Samuel L. Jackson (más conocido por DK Sami), Nicanor Acosta y Ordanleg Alanumen. En su templo, en el 5007 de la calle 11, se baila, se canta, pero sobre todo se habla mucho, se conversa más bien. Es un debate perpetuo cargado de los criterios más diversos, de planteamientos encontrados, filosofías diversas, maneras acrobáticas y hasta de sentires desproporcionados.
Durante las últimas farras celebradas una serie de sucesos sucedieron. Un lobo aulló, entonces comprendí que el respeto entre vecinos consolida la unidad del barrio, o pone en peligro a tu techo. Sentí la amenaza de cerca y quise disculparme, pero provoqué a la fiera y ésta me espantó un ladrillazo sin cordura, con fuerza, con rabia, con alcohol y espanto. ¿Ensañamiento, alevosía? ¿Premeditación? Maldad! Maldad que me tomó por sorpresa.
Es la vida una espantosa ruta llena de errores. La mayoría de las veces el hombre no está dónde quiere estar o dónde debe permanecer, o dónde quiere luchar. El éxito a la hora de responderse es saber dónde se está.
Estamos a las puertas de una madurez impuesta, de un destino incierto. Y en ese periplo hemos iniciado una lucha contra todo lo que nos impida ser feliz.
Quizás los ladrillazos que nos da la vida nos enseñen más que la buena voluntad. Quizás los jóvenes no tengamos derecho a ser felices, si no a tener ratos felices. La poca existencia de lugares para la recreación provoca provocaciones que pueden venir de las personas más desagradables de la sociedad. Será inentendible la oración anterior para aquel que no vive en mi calle. Cuando notamos la falta de identificación que teníamos con los pocos lugares nocturnos que existen en Artemisa, entonces convertí a 5007 en el templo donde se reúne una cofradía noble, de garroteros, matarifes, karatecas y porqueros. Los cuatro intentamos que el invitado sienta felicidad a plenitud.
Parte del informe sobre el hecho del ladrillazo, redactado en la Farra por el escriba Ordanleg y firmado por los otros maestros, dicta lo siguiente para todo aquel que se embulle: "La tarea que se nos impone ahora, después de la desgracia, es superar el hecho y aprender de nuestros errores. Seremos bondadosos. Respetaremos el descanso ajeno" (-descanso que es más frecuente y prolongado que el nuestro).
Siento que debo cuestionar al Hombre como ser, una vez más. Mientras lo hago suceden las causas sin efectos a mi alrededor. Espero que hallemos la manera de al menos contentarnos a cada rato.
Disculpe usted querido y ponderado vecino. Condenadme sin importar las consecuencias que ello pueda tener. Seré mejor persona ahora. Repito, "seremos bondadosos". Ahora, espero volverlo a saludar un día, de frente y con las diestras. Ya más de un regaño he recibido. El honor, ya en peligro, trata de esconderse por la vergüenza que provoca la envidia ajena.