¿Quieres recibir una notificación por email cada vez que José Javier González De La Paz escriba una noticia?
Siempre ha sido mi pareja más fiel, en cualquier situación y en todo tiempo. No tengo nada que reprocharle y mucho que agradecerle
Desde niño he vivido permanentemente acompañado por la tristeza; tanto es así que, en aquellos momentos que se ausentaba, derivados del juego y otras actividades infantiles, llegaba a echarla de menos, añoraba su presencia. La tristeza y no la melancolía, la tristeza y no la nostalgia, la tristeza y no el rencor, el odio ni la indiferencia; la tristeza ha sido siempre mi inseparable compañera.
La tristeza obscura, tenebrosa, casi negra cuando no negra del todo, me ocultaba, me escondía, me ofrecía un anonimato ante el mundo que yo aceptaba gustoso.
Cada día era un paso hacia la nada
Lloraba desconsoladamente el día de mi cumpleaños porque desde mi más tierna infancia sentía cada día como un paso hacia la nada.
Lloraba al mirar el cielo estrellado.
Lloraba ante el deambular de los perros vagabundos y ante la visión de los niños mendigos.
Lloraba al contemplar las imágenes en blanco y negro de las primeras guerras televisadas..
Tristeza, siempre la tristeza como compañera. Hasta hoy.
Porque, a pesar de que los hombres no lloran, sigo llorando por cualquier situación que me emocione.
Sí, quizás sea de lágrima fácil, pero necesito ese desahogo para seguir respirando. Este maldito mundo sigue sin ofrecerme suficientes motivos para divorciarme de la tristeza. Además, seguramente ya no sabría qué hacer sin ella. Creo que la quiero.
Sólo se aprende a vivir a la hora de morir
El llanto, ese llanto profundo que vuelve a hundirse en los mismos abismos de los que brota, vuelve a asaltarme cada vez que veo las interminables colas en las oficinas de empleo, cada vez que comparo los gastos militares y los destinados a la represión con las limosnas gubernativas que reciben la sanidad, la educación o los servicios sociales, cada vez que me cuentan la falacia de las “guerras por la libertad” cuando es evidente que se trata de agresiones imperialistas para hacerse con el control de los recursos económicos de otros pueblos, cada vez que se tilda de terroristas a los defensores de su tierra y su libertad y de héroes a los asesinos invasores.
Llanto y tristeza, siempre llanto y tristeza.
Al borde de la muerte
Sólo fui feliz durante un corto periodo de tiempo, poco después de estar al borde de la muerte por circunstancias que ahora no vienen al caso. Cuando al cabo de más de un mes se me dio el alta mientras un doctor me decía : “Tiene suerte, es usted del diez por ciento que sobrevive a toda la patología que presentaba”, sentí que la vida me inundaba como si fuera un recién nacido y la tristeza me abandonó. Supe en ese momento que sólo se aprende a vivir a la hora de morir; pero, también como un recién nacido, no tardé en volver a llorar.
Se despertó en mí una nueva conciencia que me habló de mi pequeñez infinitesimal. Volví a mirar a los cielos y mis entrañas sintieron la consonancia con todo lo que no era yo, pero que me había construido y dado a luz desde hacía decenas de miles de años. Sentí que todo aquello me había creado para que fuera yo el que le diera noticia sobre su origen y su destino.
Sentí lo importante que mi pequeñez era para aquella inmensidad y comprendí que el hombre es el único medio que tiene el Universo de explicarse a sí mismo.
Y a mí, desde mi microcosmos, me gustaría ayudar, de alguna manera, al infinito a entenderse, a que sepa qué hace ahí. Pero, para eso, es necesario que yo sepa qué hago aquí. Y me gustaría descubrirlo de la mano de Patricia.
La tristeza obscura, tenebrosa, casi negra cuando no negra del todo, me ocultaba, me escondía, me ofrecía un anonimato ante el mundo que yo aceptaba gustoso